Eldrakon

En un mundo que desconocía la calidez del amor y la seguridad del hogar, Kyelor Romanove se erguía como un faro de resistencia. Alto e imponente, con una mirada que había soportado innumerables tormentas, parecía inquebrantable; sin embargo, dentro de él ardía un fuego que nunca podría extinguirse. Ese fuego era su amor por Freya, un amor que se había forjado en los momentos de quietud y en las batallas compartidas de la vida.

Juntos habían construido una vida que otros envidiaban por su simplicidad y alegría. Kyelor nunca había deseado más que eso: solo a ella a su lado, su risa resonando en su hogar. Pero el destino, en su cruel juego, tenía otros planes. Freya había desaparecido, arrancada del tejido de su mundo, dejando nada más que un vacío que amenazaba con consumirlo.

Pero Kyelor no era un hombre que se rindiera ante la desesperación. No importaba lo oscura que fuera la senda, ni cuán peligroso el camino, él la encontraría. El mundo, con todos sus peligros y misterios, se inclinaría ante su voluntad. Y si no lo hacía, entonces lo reduciría a cenizas, quemando reinos y empires si ese era el precio para traer de vuelta a Freya.

Porque Kyelor sabía que el amor no era solo un lazo de afecto; era una fuerza, capaz de doblar la realidad misma. Y por Freya, por la mujer que poseía su corazón, Kyelor reconfiguraría mundos. Rasgaría el tejido de la existencia, sus manos encendidas con la furia de un amor indomable. Nada se interpondría en su camino: ni dioses, ni monstruos, y ciertamente, tampoco el destino.