El eco de las tragedias de Woodsboro resonaba aún en la memoria colectiva, una sombra que se extendía más allá del tiempo y el espacio. Para algunos, esas historias eran meros relatos de terror; para otros, cicatrices imborrables. Pero para Amber Freeman y Jill Roberts, esas historias eran una fuente de fascinación, un oscuro romanticismo que las había unido desde niñas.All Rights Reserved