7 parts Ongoing No recuerdo un mundo sin él. Para mí, el Icoris siempre ha sido una presencia constante, una sombra inquietante en cada respiro, cada decisión, cada rincón de este planeta agotado. Aunque me cuesta imaginarlo, alguna vez la gente respiraba aire limpio y la Tierra era verde, brillante, vibrante. Ahora, el Icoris cubre casi todo, como una capa insaciable que se extiende, avanza y muta. Nació hace más de cincuenta años, en la época de las pandemias y el colapso climático, cuando la humanidad pensaba que las enfermedades y las guerras serían sus últimos males. Luego, en medio de aquel caos, llegó el hongo, trayendo una destrucción lenta, gradual y completamente imparable.
A lo largo de décadas, hemos aprendido a sobrellevarlo, a vivir con su amenaza siempre presente. No es solo una plaga; el Icoris parece ser un organismo consciente, un depredador que actúa con propósito. Sus esporas se expanden en el aire y encuentran la forma de sobrevivir en cada ambiente posible, adaptándose a lo que encuentra en su camino. He oído rumores de que se comporta de manera diferente en cada lugar; dicen que incluso "siente" y responde a los intentos humanos de eliminarlo. Pero cuando hablas con personas fuera de los círculos científicos, te das cuenta de que para ellos el Icoris es un castigo, algo que nos llegó para recordarnos lo que destruimos en este planeta.