Julia Brown era una fuerza de la naturaleza. Había conquistado el mundo de las leyes con una determinación implacable y una mente brillante. Graduada con honores de Harvard, su ascenso en uno de los bufetes más prestigiosos de Nueva York había sido meteórico. Su nombre comenzaba a resonar en los tribunales más exclusivos, y su éxito parecía no tener límites. Había comprado su primer ático en Manhattan, manejaba un deportivo de lujo, y no había caso que no pudiera ganar.
Pero detrás de su fachada impecable, Julia sentía un vacío que ni las victorias legales ni los lujos podían llenar. Había trabajado tan duro para alcanzar la cima que nunca se había permitido detenerse a pensar en lo que realmente quería. El amor, para ella, siempre había sido un concepto abstracto, algo que ocurría en películas románticas y novelas cursis, no en su vida perfectamente planificada.
Lo que Julia no sabía era que la vida, con su irónica habilidad para romper esquemas, estaba a punto de ponerla frente al caso más complejo de todos. Y esta vez, no habría leyes que memorizar ni estrategias que trazar, porque el juicio se llevaría a cabo en un lugar donde nunca había tenido que litigar: su corazón.