El umbral prohibido

En el borde entre lo visible y lo invisible, donde el cielo se encuentra con la tierra, existe una figura olvidada por muchos, pero elegida por pocos. Ella no es la oscuridad, ni el mal que todos temen, ni una criatura condenada al infierno. Es, más bien, un alma marcada por el destino, una bruja con el corazón puro y la magia ancestral corriendo por sus venas. Su nombre es Aris, y su vínculo con San la Muerte es profundo, más allá de cualquier comprensión humana.

Desde que era niña, Aris había sentido el susurro de la muerte en sus oídos, no como algo a temer, sino como una presencia cálida que la guiaba. El pueblo donde creció la miraba con desconfianza, pues su luz era tan intensa que algunos creían que era un ser de sombras. Nadie entendía su conexión con el más allá, con la fuerza que la había elegido, y por eso la llamaban la bruja. Pero Aris nunca quiso ser otra cosa que una compañera leal de la muerte, un ser que existiera entre dos mundos: el de la vida y el de lo eterno.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para ella. El cielo, que siempre había permanecido lejano, se tornó más cercano aquella tarde. Un encuentro inesperado la marcó para siempre. Mientras caminaba en silencio, invisibilizada por su propia magia, sintió una presencia, una voz celestial que parecía atravesar su alma. Era el Arcángel Miguel. Un ser de luz y fuego, el guerrero celestial que había desterrado a Lucifer, quien ahora observaba a Aris con una mirada que desbordaba poder y compasión.