𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑡𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑎 𝑎 𝑣𝑒𝑟

A veces, uno se pierde en la rutina de los días, en los caminos que ya no tienen sorpresas. Mi vida, hasta ese momento, era como caminar por la misma calle una y otra vez. La misma plaza, los mismos árboles que se mecen con el viento, las mismas voces de la gente que pasan sin decir nada. A veces me preguntaba si alguna vez iba a encontrar algo que realmente hiciera que valiera la pena todo esto. Algo que me hiciera pensar que, quizás, la vida no era tan gris como la veía en esos días. No quería perderme esa oportunidad, no quería perderme a mí misma, pero algo dentro de mí sentía que ya no tenía fuerzas para cambiar.
Soy Ludmila, la mayor de tres hermanos. Vivíamos en una casa sencilla, en un barrio común de Moreno, Buenos Aires, donde el ruido de los colectivos se mezcla con los ecos de las conversaciones ajenas. El colegio me parecía una obligación más que un lugar donde realmente pudiera aprender algo que me hiciera sentir diferente. Los días eran largos, y en mi cabeza rondaban mil pensamientos que no encontraba forma de ordenar.
Sentía que todo era igual. Cada día, la misma rutina, las mismas caras, los mismos problemas. Mi vida era como una película que ya había visto, y no tenía ganas de volver a ver. Pero, sin saberlo, todo cambió un martes de otoño, cuando conocí a Tomás.