Siempre he sido una chica de sueños y melodías. A mis 16 años, me encuentro atrapada en un mundo donde la música es mi refugio y la escritura, mi escape. Cada mañana, me despierto con la luz del sol filtrándose por la ventana, y aunque el día comienza como cualquier otro, hay algo en mi interior que me dice que hay más allá de las paredes de mi escuela.
Mis días transcurren entre clases y risas con mis amigas. En la cafetería, escucho sus historias sobre chicos, esos primeros amores que parecen tan emocionantes y aterradores a la vez. Ellas hablan de citas, de mariposas en el estómago y de esos momentos mágicos que parecen sacados de una película. Mientras tanto, yo sonrío y asiento, sintiéndome un poco fuera de lugar. Nunca he estado enamorada, y a veces me pregunto cómo se siente realmente.
En casa, mi habitación es mi santuario. Allí, con mi guitarra en mano, paso horas creando canciones y escribiendo en mi diario. La música es el lenguaje que uso para expresar lo que siento, aunque nunca he tenido la oportunidad de sentir un amor que inspire mis letras. A menudo, me encuentro mirando por la ventana, soñando con lo que podría ser. ¿Cómo sería enamorarse? ¿Qué se sentiría tener a alguien que te haga latir el corazón más rápido?
A pesar de la soledad que a veces siento, estoy decidida a descubrir quién soy. Mis pasiones me mantienen ocupada: concursos de poesía, ensayos de bandas escolares y la búsqueda constante de mi identidad. Sé que el amor llegará cuando menos lo espere, y hasta entonces, seguiré escribiendo mi propia historia, esperando que un día, entre acordes y versos, encuentre a alguien que la complete.