Martin Urrutia llevaba tres años compartiendo piso con Juanjo Bona, su mayor pesadilla. Todo había empezado como un desastre logístico: las ancianas que alquilaban el piso, en un movimiento digno de una comedia barata, lo habían firmado a dos inquilinos diferentes al mismo tiempo. ¿Resultado? Dos chicos de 19 y 20 años compartiendo espacio porque ninguno quería enfrentarse al lío legal. Y, al principio, funcionaba... más o menos.
Claro, "funcionaba" significaba que Juanjo era el borde más insoportable del planeta y Martin había desarrollado la increíble habilidad de sonreír como si no le afectara. Excepto que sí le afectaba. Porque, para colmo, Juanjo le gustaba. Le gustaba tanto que dolía. Y no tenía sentido. Era frío, distante y con cero interés en relacionarse, pero Martin, que aparentemente no sabía tomar buenas decisiones, se había pillado de él.
Así que, para lidiar con esa locura, cada seis meses el vasco se sentaba y escribía cartas. No para entregarlas, obviamente. Solo para sacar todo lo que llevaba dentro: lo que le molestaba, lo que le hacía feliz, lo mucho que odiaba y adoraba a Juanjo al mismo tiempo. Era un ritual, una forma de no volverse loco. Y siempre guardaba las cartas en un cajón, fuera de la vista de cualquiera. Así era desde septiembre de 2020.
Hasta que, un 4 de octubre de 2023, Juanjo encontró las cartas. Y, por supuesto, las leyó. Porque cuando tu vida es un caos, ¿por qué no añadir un poco más de drama?