La historia de Roma

El cielo de Roma ardía con el fuego del atardecer. Desde la terraza de mármol, Aurelia observaba la columna de soldados avanzando por la Vía Sacra. Hombres de bronce y hierro, sombras de gloria y muerte. Al frente de todos, montado sobre su caballo negro, estaba su padre, Acacius, el general que gobernaba con puño de hierro.

Las antorchas brillaban como estrellas marchitas, y a su paso, la multitud aclamaba. Pero Aurelia no aclamaba. Ella nunca lo hacía. Sabía que la entrada triunfal de su padre siempre traía algo más que cánticos y festejos. Traía prisioneros.

Y esta vez, entre ellos, vio algo distinto. Ojos azules. Fríos como la hoja de un gladius. No eran los ojos de un esclavo. No eran los ojos de un hombre derrotado.

-Lucius -murmuró su nombre sin saber por qué, como si ese nombre ya viviera en su memoria.

No sabía entonces que esa mirada la perseguiría para siempre. Ni que, en silencio, ese hombre ya había decidido su destino. Venganza.