Hay momentos en los que debería soñar menos
Desde que éramos unos chiquillos, nos conocemos. Fuimos vecinos durante años, nuestras mamás eran mejores amigas y todo era una gran complicidad. Sin embargo, en sexto grado, algo cambió en él. Se volvió un joven arrogante y, siendo honesta, hubo un tiempo en el que no me caía nada bien. A los 8 años, sus padres después de 15 años de matrimonio decidieron tomar caminos dife-rentes y se divorciaron. Cuando cumplimos 13, por razones que aun no comprendo del todo, tuvo que mudarse con su papá. Fue entonces cuando conoció a su hermana, una niña que tenía 4 años menos que él.
Vivimos un año caótico, durante el cual perdí completamente el contacto debido a cambios de colegio y de casa. El día que nos reencontramos fue extraño, pero a la vez reconfortante. Yo no lo reconocí por cierto. En unos seis meses, retomamos nuestra cercanía y nos convertimos en mejo-res amigos. Un pequeño secreto entre nosotros es que, cuando teníamos 6 años, nos dimos nuestro primer beso. A los 18 años, finalmente, confesamos nuestro amor.
Aunque tenemos la misma edad diferencia de 4 meses, él parece un ancianito de 80 con su actitud aburrida, mientras que yo mantengo mi espíritu adolescente como si tuviera 20. Ahora, con tres hijos: Camila de 18, Cristian de 12 y Marcela de 1 año y 7 meses, así es como comenzamos nuestra historia. TAMARA Y DANIEL.