A Pesar de Todo, Tú

Maya
Cuando llegué al apartamento 302, tenía la misma sensación que alguien podría tener antes de lanzarse desde un acantilado. Esa mezcla de emoción y puro pánico que sientes cuando estás a punto de hacer algo completamente nuevo. Era mi primer año viviendo sola, en mi propio espacio, y el comienzo de la universidad, lejos de mi ciudad, lejos de mi familia.
En mi cabeza, este sería mi lugar. Mi refugio para estudiar, para relajarme, para vivir la vida de una estudiante universitaria independiente. Todo iba a ser perfecto. Hasta que se abrieron las puertas del infierno.
O, mejor dicho, hasta que se abrió la puerta de su habitación.
El primer indicio de que algo iba mal fue cuando vi un par de zapatillas grandes junto a la puerta. Deben ser de la otra chica, su hermano o su novio debió ayudarla con la mudanza, pensé. Respiré tranquila, decidida a no dejarme intimidar por lo desconocido. Me dirigí a la sala con mi mochila, dando una mirada rápida a mi alrededor. No estaba mal. El apartamento era pequeño pero cómodo, con un par de sofás, una tele, y una cocina americana con una mesa para dos personas. Perfecto para una vida tranquila de estudio y café.
Me acomodé en el sofá, sacando mi lista de tareas (sí, soy de esas personas) para organizar mentalmente lo que haría esa semana. Pero entonces escuché el sonido de una puerta que se abría en el pasillo y, cuando levanté la vista, lo vi.
Noah Adams.
De todas las personas en el mundo, de todos los nombres que podría haber leído en el contrato... tenía que ser él.
El chico popular de la secundaria, el que parecía vivir para complicarme la vida, el que disfrutaba con cada comentario sarcástico y cada risa burlona a costa de los demás. Él. Mi némesis.