Ludovicus Byzantius, centurión de la ilustre Legio II Parthica, cayó en el fragor de la batalla. Las enseñas de su cohorte ondeaban con dignidad bajo el cielo encendido por la guerra, mientras los gritos de sus hombres se apagaban uno por uno. El enemigo, feroz e implacable, superó en número y brutalidad incluso a las disciplinadas líneas romanas. Con un golpe certero, Ludovicus fue derribado, su escudo roto y su gladius hundiéndose sin fuerza en la tierra ensangrentada. Cuando la oscuridad se apoderó de él, pensó que ese sería su fin: morir por Roma, como tantos otros antes que él.
Sin embargo, su historia no terminó ahí.