La casa era extraña. Las paredes de la habitación olían a madera vieja y humedad, y el silencio era abrumador. Emily Carter, de siete años, se removió bajo las sábanas de la cama inferior de la litera, incapaz de dormir.
Los últimos días habían sido un torbellino de caras desconocidas y palabras de consuelo. Sus padres estaban muertos, eso se lo habían dicho, pero la realidad no encajaba en su mente.
Sobre ella, Luke, de diez años, dormía profundamente. Dijeron que él era su hermano mayor y la cuidaría, pero Emily solo sentía soledad.
Entonces escuchó un susurro.
Al principio pensó que era el viento. Pero el murmullo, tenue y persistente, parecía llamarla.
-Emily...
Se incorporó, sujetando la manta con fuerza.
-¿Quién está ahí? -murmuró, evitando despertar a Luke.
El susurro volvió, más claro.
-No tengas miedo... estás a salvo.
Emily tragó saliva y dejó que sus pies tocaran el frío suelo. Avanzó hacia la ventana, guiada por la curiosidad.
-¿Dónde estás? -preguntó.
La voz respondió, como si estuviera justo detrás de ella.
-Estoy aquí, Emily. Siempre he estado aquí.
Giró rápidamente, pero no había nadie. Sin embargo, el aire era diferente, como si alguien invisible la vigilara.
-¿Por qué estás aquí? -susurró.
-Porque eres importante. Más de lo que imaginas.
Emily frunció el ceño.
-¿Importante? ¿Por qué?
Hubo un silencio, y la respuesta llegó, cautelosa.
-La Clavis...*
El suelo crujió. Emily giró hacia la litera. Luke asomaba la cabeza, adormilado.
-¿Qué haces hablando sola? -preguntó.
-No estoy sola... alguien me habló -dijo, señalando al vacío.
Luke suspiró.
-No he oído nada. Vuelve a dormir, estás soñando.
Confundida, Emily se acurrucó bajo las mantas. Antes de cerrar los ojos, la voz susurró una vez más:
-Ellos no te entienden, pero yo sí. Te vigilaré hasta que llegue el momento.
Emily no respondió. Aunque no entendía sus palabras, algo le decía que su vida iba a c