Diana siempre pensó que el amor era un concepto abstracto, algo reservado para los cuentos de hadas y las películas románticas. Al menos, hasta que lo conoció a él.
Alec era todo lo que ella jamás esperó: impredecible, intensamente apasionado por todo lo que hacía y, sobre todo, una persona que parecía capaz de entender las sombras que habitaban en su corazón. Se conocieron por casualidad en una cafetería de su barrio, cuando Diana, con la cabeza llena de exámenes y preocupaciones, se tropezó con él. "Lo siento", murmuró, aunque no había sido su culpa. Él, con una sonrisa que desarmó cualquier barrera que ella hubiera intentado construir, simplemente respondió:
"No te preocupes. Las mejores cosas suelen comenzar con un tropiezo."
Lo que ambos no sabían es que su historia sería mucho más que un simple romance momentáneo. Sería una aventura llena de momentos incómodos, risas interminables, y situaciones difíciles. Un amor que, aunque lleno de imperfecciones, sería tan real como el color de una sonrisa.