En una habitación bañada por la tenue luz del atardecer, el tiempo parecía detenerse. Rafhariel, el hermano mayor, yacía en su lecho de muerte, rodeado de sus cuatro hermanos menores. Farhel y Jilaia, los dos varones, mantenían sus miradas fijas en el suelo, incapaces de contener las lágrimas que surcaban sus mejillas. Manty y Yisalia, las mujeres del medio, se aferraban una a la otra en un intento de consolarse mutuamente.
Rafhariel, con el rostro marcado por los años y la sabiduría adquirida a través de una vida llena de arrepentimientos y desilusiones, miraba a sus hermanos con una mezcla de tristeza y gratitud. En esos momentos finales, su mente viajaba a través de los recuerdos, reflexionando sobre las oportunidades perdidas y los momentos que dejó escapar.
El silencio en la habitación era interrumpido solo por el suave sonido de las respiraciones entrecortadas y los sollozos ahogados. Rafhariel, con una voz débil pero llena de sinceridad, comenzó a disculparse con cada uno de ellos. Les habló de su arrepentimiento, de cómo desperdició su vida y del dolor que les causó sin darse cuenta.
Las lágrimas continuaban fluyendo mientras sus hermanos escuchaban con atención. Rafhariel sentía que su vista se oscurecía lentamente, y justo en el borde de la conciencia, escuchó una voz suave y misteriosa que le preguntaba: "¿Te gustaría empezar de nuevo?"
En ese momento, una chispa de esperanza brilló en su corazón. Rafhariel, con las fuerzas que le quedaban, respondió afirmativamente. Y así, en un destello de luz, comenzó su viaje hacia una segunda vida, una nueva oportunidad para redimir sus errores y vivir plenamente con el conocimiento y las experiencias adquiridas.