Park Ji-eun, una pianista prodigiosa, veía su mundo derrumbarse tras caer en bancarrota por culpa de una productora que destruyó su carrera. Las deudas la acechaban como un monstruo en la oscuridad, mientras los escenarios que una vez iluminó con su música ahora le cerraban las puertas. Con el corazón roto y sin esperanza, vivía sola en un diminuto apartamento en un deteriorado barrio de Seúl, apenas sobreviviendo al peso de sus fracasos.
Una noche, mientras tomaba el metro en la estación Sindorim, un joven de traje y maletín se acercó a ella. Su voz era tranquila, pero su propuesta desconcertante:
-¿Quieres jugar?
Confundida, pero tentada por la desesperación, Ji-eun aceptó. En sus manos quedó una tarjeta con símbolos extraños y un número de teléfono. Esa misma noche, sentada en la penumbra de su apartamento, marcó el número con el corazón acelerado.
-¿Hola? -dijo, la duda y el miedo marcando su voz.
-Si desea jugar, nombre y fecha de nacimiento -respondió una voz fría y calculadora.
-Park Ji-eun, 1 de agosto de 2000 -contestó ella, sin saber que esas palabras la arrastrarían hacia un destino del que no podría escapar.
Horas después, una camioneta negra se detuvo frente a su edificio en el tranquilo barrio de Yeongdeungpo. Cuando Ji-eun subió, el aroma químico llenó el aire. Lo último que vio antes de caer inconsciente fue el reflejo de sus propios ojos llenos de incertidumbre en la ventana oscura del vehículo.
Había comenzado el juego. ¿Sería su salvación... o su sentencia final?
Gi-Hun busca acabar con los Juegos, pero no sabe que In-Ho, el hombre tras la máscara, arriesga todo para protegerlo. Entre la tensión de los retos y las miradas, ambos se acercan peligrosamente, atrapados entre el deseo, los secretos y un sentimiento que podría destruirlos.