El tiempo había pasado, pero para In-ho, nada había cambiado. Desde la primera vez que vio a Gi-hun en los juegos, algo en él se quebró, y esa fascinación se transformó en una obsesión que nunca pudo controlar. Había observado cada uno de sus movimientos, cada gesto, cada palabra desde que él había ganado los juegos. La idea de perderlo le era insoportable, y la necesidad de tenerlo a su lado lo consumía día tras día.
En su mente, Gi-hun solo podía ser suyo. No importaba el costo, no importaba el sufrimiento que causara. A lo largo de los años, In-ho había construido unos nuevos juegos donde él y Gi-hun serían los únicos ganadores. Nada podría interponerse en su camino, ni el tiempo, ni las personas, ni la vida misma.
La obsesión de In-ho lo había llevado a límites oscuros, y al final, todo se reducía a una única verdad: si no podía tener a Gi-hun, nadie más lo tendría. El amor se había transformado en algo peligroso, y en su mente ya no existía la posibilidad de dejarlo ir.