El mundo a veces se siente como si estuviera al borde del colapso, pero no por las razones que suelen preocupar a la humanidad. Para Elijah, la verdadera catástrofe no es el fin del mundo, sino el fin de su mundo: los días que se desmoronaron con la pérdida que lo marcó para siempre. Desde entonces, cada amanecer le parece una herida abierta, cada estrella en el cielo un recordatorio de lo que ya no está.
Por eso, cuando Ameri apareció, él no supo qué pensar. Era imposible ignorar su risa, esa forma de iluminar las sombras con la simpleza de su presencia. Ameri era la antítesis de su ruina: un caos vibrante, un soplo de vida en medio de su desesperanza.
Elijah no quería enamorarse. No creía que aún tuviera algo que ofrecer. Pero Ameri parecía no darse por vencida. Día tras día, con sus gestos pequeños y palabras sinceras, trataba de arrancarlo de la prisión de culpa en la que había encerrado su corazón.
En un mundo que parecía estar en su ocaso, Ameri le mostró a Elijah que incluso en medio del Apocalipsis, el amor podía florecer, suave y desgarrador como un susurro entre las cenizas.
Porque a veces, lo que más tememos no es el fin de todo, sino lo que vendrá después.
Ruki, una adolescente infeliz con su vida, encuentra una nueva oportunidad en un campamento de cazatalentos al que sus padres la inscriben. Por desgracia para Ruki, durante el campamento será testigo de múltiples asesinatos, temiendo ser la próxima.