La noche había caído hacía horas, pero el cansancio no era suficiente para aquietar la mente de Sara. Sentada cerca de la fogata, miraba al inmortal con una mezcla de curiosidad y recelo. Él, como siempre, parecía estar en paz consigo mismo, reclinado contra un tronco caído, sus ojos fijos en las llamas.
-¿Por qué te castigan? -preguntó de pronto Sara, rompiendo el silencio que había crecido entre ellos.
El inmortal giró su mirada hacia ella, y en sus ojos brilló un destello que no alcanzaba a ser burla, pero tampoco preocupación. Sonrió, una sonrisa ligera, como si la respuesta fuese un secreto que había contado muchas veces.
-Es simple -dijo al fin-. Los dioses odian a los seres que no mueren.
Dos se convierten en uno. Un alma única y unida. El doble de potencia. El doble de potencial. Lo necesitaría considerando dónde terminó.
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