Sus besos sabían a miel, dulces, irresistibles... pero envenenados. Cada caricia, cada palabra suya, era una trampa disfrazada de ternura. Caí en su juego, cegada por su dulzura, mientras él desarmaba mi mundo poco a poco. No fue su tormenta lo que me destruyó, sino la calma que dejó después. Porque a veces, el amor no salva... devora.All Rights Reserved