Seto Kaiba nunca creyó en los milagros ni en el amor. Para él, la vida era una constante lucha por el control, por mantener todo bajo su mando, un juego de poder que solo podía ganar quien era lo suficientemente fuerte para dominar a los demás. La confianza era un lujo que no se podía permitir, y el corazón, algo que no tenía lugar en su mundo. Frío, calculador, impenetrable.
"Nunca tuve mucha fe en el amor ni en los milagros", solía pensar, como un mantra que lo mantenía seguro dentro de sus muros, protegido de cualquier emoción que lo hiciera vulnerable. Pero estar con ella, verla sonreír, escucharla hablar con tanta pasión sobre los dragones y la naturaleza, nadar en la corriente de su espíritu libre... era algo espiritual. Algo que lo hacía sentir vivo por primera vez. Cada noche que pasaba a su lado, cada momento en que ella lo miraba con esos ojos llenos de vida, Kaiba sentía como si volviera a nacer, como si por fin estuviera viendo la luz después de haber estado tanto tiempo perdido en la oscuridad.