Enoch bajó la mirada, como si cada palabra que estaba a punto de pronunciar le costara más de lo que estaba dispuesto a admitir. Su habitual semblante frío parecía fracturarse, revelando una vulnerabilidad que rara vez dejaba ver.
-¿No vas a juzgarme? -preguntó finalmente, con un tono tan bajo que parecía temer que el eco de sus propias palabras lo delatara.
Inara lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Había algo en su expresión, en la forma en que evitaba su mirada, que la hizo entender que, detrás de esa máscara de indiferencia, Enoch también cargaba con sus propias inseguridades.
-Ese no es mi estilo. -respondió ella con suavidad, pero con una firmeza que hizo que él alzara la vista, sorprendido.
En lugar de alejarse, Inara dio un paso hacia él, acortando la distancia que él parecía haber colocado como barrera. Enoch sintió cómo su corazón daba un vuelco al notar que no había juicio en sus ojos, sino comprensión.
Antes de que pudiera decir algo más, fue ella quien lo abrazó primero, rodeándolo con delicadeza, como si supiera que ese gesto era lo que necesitaba. Enoch dudó, paralizado por un instante, pero luego cedió, inclinándose ligeramente hacia ella y permitiendo que su rigidez habitual se desvaneciera.
En ese momento, no hubo reproches ni explicaciones, solo un entendimiento silencioso que ninguno de los dos había experimentado antes. No hacía falta hablar; el abrazo bastaba para comunicar lo que las palabras no podían expresar.
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Prohibido copias o adaptaciones, esta es una historia original aunque nadie quiera copiarla.