Massimo siempre supo que Lizzy era su todo. Desde el primer día en que sus caminos se cruzaron, algo en él se despertó, una chispa que nunca se apagaría. Ella no solo era su amor; era su alma gemela, su otra mitad, la razón de su existencia. Desde que eran niños, sabía que ella era la persona con la que compartiría cada respiro, cada latido, cada segundo de su vida.
Lizzy, la princesa de Italia, hija del Rey Simón y la Reina Marianella, había crecido bajo la mirada atenta de un reino entero. Pero lo que Massimo admiraba de ella no era su título, sino su alma pura, su bondad infinita, su capacidad para amar sin medida. En un mundo lleno de expectativas y obligaciones, Lizzy se mantenía fiel a sí misma. Era auténtica, ocurrente, empática e inteligente. Su dulzura y el corazón más puro y sincero que existía hacían que todos los que la conocieran se sintieran amados y bienvenidos. No conocía el odio, ni la mentira, ni la maldad, y su bondad brillaba más fuerte que cualquier corona que pudiera portar.
Lizzy se preocupaba profundamente por todos los ciudadanos de Italia, sin hacer distinción alguna. Trataba a todos con el mismo amor y respeto, sin importar su estatus o posición. La gente la adoraba no solo por ser princesa, sino por ser la persona increíble que era, alguien que caminaba entre ellos con humildad y generosidad. Cada gesto de su parte, cada palabra, reflejaba una preocupación sincera por el bienestar de su pueblo, y eso solo aumentaba su admiración.
La conexión en el amor es inevitable, amar es un reto y más si ese reto es Alec Vulturi, lo que comenzó como un plan terminara siendo real y al clan Vulturi se tendrá que derrotar.