Amanda Mayer era una psicóloga excepcional, reconocida por su empatía y su capacidad para comprender la mente humana como pocos en su campo. Además, era madre de una hermosa niña que iluminaba su vida y esposa de un hombre que, aunque correcto y presente, no despertaba en ella más emoción que la de una simple rutina compartida. Su matrimonio, aunque estable, carecía de chispa. Él era su esposo, sí, pero nada más que eso.
Carlos Sainz, por otro lado, era un piloto de carreras extraordinario. Su vida giraba en torno a la velocidad, la adrenalina y la emoción de cada competición. Sin hijos ni compromisos, sus relaciones amorosas eran fugaces, pasajeras, sin dejar más huella que un par de recuerdos borrosos entre viajes y celebraciones. El amor, para él, nunca había sido una prioridad.
Eran dos mundos completamente distintos, dos caminos que jamás deberían haberse cruzado. Pero la vida, caprichosa como siempre, tenía otros planes.
Un día, sin que ninguno lo hubiera planeado, Carlos terminó en el consultorio de Amanda. ¿Por qué? Ni él mismo lo tenía claro. Quizás por recomendación, quizás por curiosidad, o tal vez porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que había algo en su vida que no podía controlar.
Amanda, profesional como siempre, trató de mantenerse objetiva, pero cuando sus ojos se posaron en él, tuvo que admitirlo: aquel hombre tenía un aura arrolladora. Era un completo desgraciado, lo intuía sin necesidad de conocerlo a fondo, pero también era innegablemente atractivo.
Y así, en aquel consultorio donde las emociones se analizaban y desmenuzaban con frialdad, nació algo que ni la razón ni la lógica podrían explicar.an.