Memorias de Sangre

La civilización no cayó con un estruendo, sino con un murmullo ahogado, como un susurro que se disuelve en el viento antes de que alguien pueda comprender su significado.
Primero fueron las noticias, fragmentadas y confusas, descripciones veladas de cuerpos hallados sin sangre en las calles desiertas, de hospitales que cerraban sus puertas sin previo aviso, de familias que desaparecían en mitad de la noche sin dejar rastro. Luego, el miedo se convirtió en norma, la incertidumbre en costumbre, y la vida en un eco de lo que alguna vez fue. Las ciudades se apagaron poco a poco, devoradas por la penumbra de aquello que ahora habitaba en ellas

Entre los restos de la civilización, Rhen caminaba sola. Mientras otros caían presa de la enfermedad, su cuerpo resistía. Sobrevivió al colapso como se sobrevive a la tempestad: aferrándose a lo que pudo, dejando atrás lo que el tiempo le arrebató. Ha visto la humanidad desvanecerse entre gritos y cenizas, ha sentido el peso del silencio cuando todo lo demás se ha extinguido. En su huidiza existencia, esquivando tanto a los depredadores como a la desesperación, su camino inevitablemente se cruzó con el de él. Su encuentro no sería casualidad, sino destino, un choque de voluntades donde la inmortalidad y la humanidad se pondrían a prueba, y en el que la sangre, el miedo y el deseo entrelazarían sus destinos de formas que ninguno de los dos imaginó.