Brooklyn nunca dormía. El café era un bien de primera necesidad, y el amor... bueno, Tory Nichols no tenía tiempo para esas tonterías. Como encargada de recursos humanos en una de las empresas más grandes de la ciudad, su vida era metódica y eficiente. Nada de cuentos de hadas. Nada de ridiculeces románticas. Por eso, cuando su mejor amiga, Maria Álvarez, sacó un frasco rosa con letras doradas y una sonrisa emocionada, Tory supo que algo estúpido estaba por pasar. -Dime que no pagaste más de veinte dólares por eso -resopló, cruzándose de brazos. -Veinticinco. Pero el envío era gratis. Maria insistió en que era un perfume con feromonas irresistibles. Tory se burló, pero lo destapó con escepticismo. El olor era empalagoso, como si hubieran mezclado algodón de azúcar con vainilla en un ataque de desesperación romántica. -Dios, huele a baja autoestima. -¡Huele a pasión! -exclamó Maria, haciendo un gesto exagerado... y, en el proceso, derramando el frasco entero sobre Tory. Silencio. -Mierda. Tory parpadeó, sintiendo la fragancia pegajosa escurriendo por su blusa blanca. -¡¿QUÉ TE PASA?! -¡Fue un accidente! Intentó secarse con servilletas, pero el olor solo se impregnaba más. -Voy a oler como una maldita panadería todo el día -gruñó. -Bueno... tal vez alguien se te acerque. Tory la fulminó con la mirada. Lo último que necesitaba era que un idiota la molestara por culpa de ese perfume ridículo. Lo que ninguna de las dos sabía era que no era un perfume cualquiera. Era una poción de amor. Y, en minutos, todo en la oficina cambiaría.All Rights Reserved
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