La dulzura de la cereza se esconde tras su piel tersa, esperando ser mordida, desgarrada, saboreada hasta la última gota.
El bosque respira, palpita, se enreda en sus pasos como si quisiera retenerla.
Lucian Aspid la observa, la anhela, la acecha en la penumbra con una devoción que debería aterrorizarla. Sin embargo, entre el peligro y la obsesión, Elowen empieza a preguntarse si, en el fondo, siempre ha querido ser atrapada.
Él la codicia, la necesita, la sigue en silencio... y cuando su boca la alcance, sabe que no habrá marcha atrás.
Hay una delgada línea que la separa del miedo y la entrega, y ella está a punto de cruzarla.