Comienza la canción, tarareas, cantas.. la sientes y solo existe eso. El tú. No hay más gritos, solo la melodía y tu presencia.
¿Recuerdas?
Ese momento en el que solo importaba lo que pasaba en ese instante, la retórica del ser monótono. No existía la pesadumbre de serlo, era más como ser alguien excepcional, alguien extraordinario; auténtico.
Así me hacía sentir, era mi melodía, mi canción, mi momento de ser yo misma. Ésta vez no hablo de música, hablaremos de un ÉL.
Me había enamorado, con locura, de primera vez. Quizas de sus rizos, su piel pálida o sus corazones deformes en cada carta que recibía de él, quizas quería plasmar más que solo un corazón a la luz de una vela, aquella vela que lloraba por no ver un "Te siento y quiero vivirte", quizas por ello no abastecia su luz. No lo sé. Solo sabía que no lo volvería a ver. Me perdí, lo perdí. Yo me marché, él se quedó. Yo hice mi vida y él... enfermó.
"Me debes una plática" le dije llorando, "Te debo toda una vida" me susurró
en sueños.