"Padre nuestro que estás en el cielo", cada paso que daba resonaba en esa habitación. "Santificado sea tu nombre". De mi cintura, saqué mi espada. "Venga tu reino". Mientras más me acercaba, más se trataba de alejar. "¡N-no! ¡Espera, espera! ¿Podemos hacer un trato?" Nerviosamente, trataba de dar excusas tontas.
"Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". Podía ver el terror en su mirada, la desesperación y la adrenalina del momento. "¡Espera! ¡No puedes hacer esto!" No me importó lo que dijo, porque yo tenía permitido matarlo.
"Danos hoy nuestro pan de cada día". Con la mirada seria y mis 'compañeros' a cada lado, me sentía segura de lo que estaba sintiendo. "Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Me preparé a mí y a mi espada para poder terminar con él, con uno de todos los males que pueden existir en este podrido mundo de pecado.
"No nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal". De un momento a otro, puse mi espada en su cuello. "Amén". Corté su cuello como si fuera un hilo.