El viento soplaba con suavidad, acariciando las hojas de los árboles que rodeaban el jardín trasero del instituto. Era un espacio apartado, donde pocos estudiantes se aventuraban, como si aquel rincón del mundo perteneciera solo a quienes sabían escucharlo.
Giselle había encontrado refugio en ese lugar. Sentada sobre el césped húmedo, con un libro abierto en su regazo, sus pensamientos flotaban lejos de la monotonía de las clases y las miradas ajenas. No le molestaba la soledad; en cierto modo, la prefería.
Hasta que llegó ella.
Karina.
El sonido de sus pasos interrumpió el silencio apacible. Giselle no necesitó levantar la vista para saber que era ella; reconocería su presencia en cualquier parte, incluso sin verla. Había algo en su forma de moverse, en la manera en que el mundo parecía detenerse cuando entraba en escena.
-No pensé que alguien más viniera aquí -dijo Karina con un tono casual, aunque en su mirada había una chispa de curiosidad.
Giselle alzó la vista, encontrándose con esos ojos que parecían contener un océano entero de secretos. No respondió de inmediato. En cambio, cerró el libro con lentitud, como si aquella conversación pudiera cambiar algo que aún no entendía.
Ese fue el comienzo.