Dicen que el amor tiene muchas formas, pero que, a lo largo de la vida, nos encontramos con tres tipos: el que nos enseña, el que nos rompe y el que nos transforma. Cada uno llega con su propia lección, con sus propias cicatrices, y deja marcas que se quedan con nosotros para siempre.
Astrid no sabía en cual de esas historias estaba cuando comenzó a vivirlas; para ella el amor era un concepto confuso, más una tormenta que un refugio, un impulso más que una certeza. Pero el destino, siempre tan caprichoso, tenía otros planes.
Astrid no estaba buscando estas historias; cada una llegó a ella como una ola inevitable, un recordatorio de que el amor no siempre es algo que elegimos, sino algo que nos encuentra. En sus recuerdos, ellos se entrelazaron como capítulos de un libro que no sabe cómo terminar, como canciones que hablan de emociones que no se pueden contener.
Esta es la historia de Astrid. La historia de como amó, aprendió, cayó y se levantó. La historia de tres amores que, de una forma u otra, la cambiaron para siempre.
Marceline, junto con su madre, hermanastros y padrastro se mudan de casa en un pueblo lejos de la cuidad. La casa en la que se mudan era del tío de Marceline, hermano de su madre. Él trabajaba en un estudio donde trabajaba con la animación stop motion, de una caricatura famosa en los años noventa, él trabajaba en el área de darles vida a los personajes de arcilla. Marceline se entera que en el pueblo donde viven hace años sucedieron varios asesinatos los cuales no sabían quien era el culpable, y su tío era unos de los sospechosos, eso intriga a Marceline; así que investiga y profundiza el tema hasta encontrar el asesino.