
Bajo un cielo de ceniza y fuego, donde el sol se niega a nacer, Honduras yace en un silencio roto por el eco de sus propios gemidos. Las calles, otorga vibrancia de vida, son ahora ríos de desolación, donde el tiempo se desvanece como lágrimas en la tierra sedienta. Los árboles, testigos mudos de la tragedia, extienden sus ramas como brazos suplicantes hacia un horizonte que ya no promete mañanas. El aire, pesado y cargado de recuerdos, susurra historias de un mundo que fue, de risas que se ahogaron en el vacío y de sueños que se deshicieron como arena entre los dedos. El mar, embravecido y oscuro, reclama su dominio sobre la tierra, arrastrando consigo los vestigios de una civilización que se desvanece en la bruma del olvido. Entre las ruinas, el alma de Honduras resiste, latiendo con una fuerza ancestral que desafía la destrucción. Cada rostro, cada mirada perdida en el infinito, es un poema de resistencia, un canto a la vida que persiste incluso en la sombra de la muerte. Aquí, en el corazón del apocalipsis, la belleza y el dolor se entrelazan en un abrazo eterno, invitando al mundo a contemplar la fragilidad de la existencia y la eterna lucha por sobrevivir en un universo indiferente. Este es el fin, pero también el principio. Un llamado a la reflexión, a la empatía, a la conexión con lo que nos hace humanos. Honduras, en su agonía, nos ofrece un espejo en el que mirarnos y preguntarnos: ¿qué queda de nosotros cuando todo llega a perecer?All Rights Reserved
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