El Zorro y la Dama de Hierro

Su día ya era lo suficientemente frustrante.

Las locuras de Monoma, los problemas de su clase, la sensación de que, sin importar cuánto se esforzara, siempre quedaría atrás. Como si estuviera peleando contra una corriente imposible de vencer, lanzada al abismo de la mediocridad sin forma de escapar. Fuerza sin reconocimiento. Liderazgo sin influencia. Lucha sin recompensa.

Y entonces apareció él.

Un desconocido con una sonrisa burlona y una mirada afilada, como si el mundo entero fuera un juego del que solo él conocía las reglas. Lancelot no tenía intención de meterse en los problemas de nadie... hasta que la vio. Había algo en esa chica de puños de acero que le llamó la atención. Tal vez fue la forma en que su determinación ardía incluso en la frustración, o tal vez simplemente quería divertirse un rato.

Dos fuerzas opuestas chocan en un encuentro que ninguno de los dos olvidará.