La cosas que uno más quiere, es mejor hacerlas de una vez, ser maduro y enfrentarlas, aunque sientas miedo, aunque tengas miedo al rechazo. Eso era lo que yo siempre pensaba, lo que me decía a mí mismo cuando me sentía inseguro o temeroso. Me decía que la vida es corta, que no hay tiempo para arrepentimientos, que hay que tomar riesgos y enfrentar los desafíos de frente.
Pero todo cambió cuando me tocó a mí hacerlo. Cuando decidí darle la carta a la persona que más quería, a la persona que había estado ocupando mis pensamientos y mis sueños durante semanas. Me sentí nervioso, me sentí asustado, me sentí como si estuviera al borde de un precipicio, sin saber si iba a caer o a volar.
Y como siempre, el miedo me ganó. Me sentí asustado de ser rechazado, asustado de ser lastimado, asustado de ser ignorado. Así que decidí no darle la carta, decidí guardármela para mí, decidí no arriesgarme.
Y ahora, demasiado tarde, me doy cuenta de que fue un error. Me doy cuenta de que debería haber sido más valiente, más sincero, más abierto. Me doy cuenta de que la vida es corta, y que no hay tiempo para arrepentimientos...
¿Si se la hubiera dado, algo hubiese cambiado?