Despertó cada mañana con el deseo de hacer el bien, de ser una persona buena y significativa. Ser como todos los demás, alcanzar lo inalcanzable y ser feliz. Pero en el transcurso de cada día su corazón descendería de su pecho hecho pedazos. Por la tarde seria devorado por la sensación de que nada tenía sentido, o nada era lo correcto para él, y caería en el deseo de estar solo. Por la noche él dormiría: solo en la magnitud de su dolor, solo en su culpabilidad sin rumbo, solo incluso en su soledad. No estoy loco, él repetía a sí mismo una y otra vez, no estoy triste. Como si algún día podría convencerse a sí mismo. O engañarse a sí mismo. O convencer a los demás - lo único peor que estar loco es que los demás sepan que lo estás. Debido a que su vida tenía un potencial ilimitado para la felicidad, se quedaba dormido con el corazón a los pies de la cama. No formaba parte de nada. Y cada mañana se despertaba con él a su lado. Habiéndose convertido en un nudo de dolor, un poco más débil, un poco mas roto, pero aún así latiendo. Y en el atardecer fue atrapado de nuevo con el deseo de estar en otro lugar, con otra persona, alguien a quien amar en otro lugar. No estoy loco.