Él aprendió que un hombre no puede llorar, que debe ser fuerte, exitoso, infalible. Sus logros se dan por sentados, pero sus errores son imperdonables. Creció bajo la sombra de la perfección inalcanzable, temiendo que, si alguna vez mostraba su debilidad, lo abandonarían.
Ella entendió que su valor no estaba en lo que soñaba ser, sino en lo que esperaban de ella. Que debía ser femenina, encontrar un hombre estable, formar una familia. Nadie se preocupó por si sería amada, solo por si encajaba en el molde. Su hogar no fue un refugio, sino un campo de batalla.
Ambos, marcados por expectativas ajenas y heridas invisibles, se encuentran entre los restos de sus propias vidas. Entre el peso de lo que deben ser y el miedo a lo que sienten, descubrirán si el amor puede florecer en un terreno tan árido.
Pero el amor no es solo promesas y caricias; es también aceptar que, como los pétalos de una flor, a veces caerán.
La pregunta es: ¿Serán capaces de sostenerse el uno al otro cuando el viento sople demasiado fuerte?