Violeta creció en un hogar que, a simple vista, parecía estable y cálido. Su madre, Laurent, era una mujer elegante y disciplinada, obsesionada con el éxito y la perfección. Su padre, Christian, en cambio, era un hombre tranquilo y atento, siempre dispuesto a escuchar. Entre ambos, Violeta se encontró atrapada en un mundo de expectativas, silencios y una confusión que solo el tiempo le ayudaría a entender.
Desde niña, encontró refugio en el arte, los libros y la observación minuciosa de todo lo que la rodeaba. Le gustaban los días lluviosos y la sensación de que el mundo tenía historias escondidas en los pequeños detalles. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, comprendió que la vida no siempre se ajustaba a sus sueños ni a las imágenes perfectas que había imaginado.
A los 22 años, su mundo se derrumbó con la separación de sus padres, un evento que la marcó profundamente y la hizo cuestionarse su propio papel en aquella historia familiar. Mientras su madre intentaba moldear su destino con exigencias disfrazadas de consejos, su padre se alejaba con un dolor que solo con los años lograría comprender.