Kamiko Hara nunca se ha considerado distraída, pero algo en Rintarō Suna la saca de su centro. Quizás sea su actitud indescifrable, su habilidad para aparecer en los momentos más inoportunos, o la forma en que sus ojos se posan en ella con una diversión apenas disimulada. Lo cierto es que, desde el primer cruce de miradas en la cancha, han quedado atrapados en un juego silencioso de provocaciones, miradas robadas y comentarios afilados.
Él parece disfrutar viéndola perder el control, ella se niega a darle esa satisfacción. Pero mientras el juego avanza, Kamiko empieza a preguntarse si, en el fondo, ya ha caído en su ritmo sin darse cuenta. Y lo peor es que no quiere detenerse.
Una lanza atravesaba el cuerpo de Eladray Dour el día en que los Celtas cruzaron los portales hacia la libertad. La sangre teñía el suelo de Sion mientras, con la respiración entrecortada, alzaba la vista hacia la figura que tenía enfrente: la diosa de la vida, aquella que hoy se atrevía a arrebatarle la suya.