Lo que empezó como una historia ficticia terminó convirtiéndose en algo más profundo, más peligroso.
El enemis to lovers de Cobra Kai lo cambió todo. La química entre Tory Nichols y Robby Keene era innegable, tan intensa que los productores decidieron aprovecharla para crear una relación en pantalla que rápidamente conquistó a los fans. Pero lo que nadie esperaba era que esa misma química trascendiera la ficción, colándose entre las sombras de la realidad, entre miradas que duraban más de lo necesario y momentos que se sentían demasiado reales para ser solo actuación.
Así fue como Peyton List y Tanner Buchanan comenzaron a darse cuenta de que entre ellos había más que una simple amistad. Cada escena compartida, cada toma repetida una y otra vez, se convirtió en un juego peligroso, una línea que ninguno de los dos debía cruzar, pero que, con el paso del tiempo, parecía cada vez más difusa.
Porque no estaban solos en esto. No era solo el miedo al qué dirán, no era solo la presión de la fama y la exposición mediática. Había algo más.
Jacob era amigo de Tanner. Mary de Peyton. Y ellos eran sus respectivas parejas.
Ahí estaba el verdadero problema.
El set de grabación, que antes se sentía como un lugar seguro, se había transformado en un campo minado. Cada movimiento era calculado, cada mirada reprimida, cada roce accidental se sentía como una sentencia de muerte. Sabían que no podían permitirse esto. Sabían que, si alguien llegaba a notar lo que estaba ocurriendo entre ellos, todo se derrumbaría.
Eran opuestos en muchas cosas, pero, ¿acaso no dicen que los polos opuestos se atraen?
Tal vez ese era el problema.
Porque Peyton y Tanner no podían evitarlo.
Porque estaban comenzando a sentirse atraídos el uno por el otro de una manera que no podían explicar, de una manera que no podían frenar.
Pero sabían que, si cedían, si permitían que esos sentimientos salieran a la luz, serían la destrucción de sus carreras.
Zara nunca fue una soñadora. Creció entendiendo que el mundo se movía por poder y deseo, y que aquellos que sabían observar podían encontrar su lugar en cualquier escenario. Por eso, cuando consiguió el trabajo de niñera de Theo Keene-Nichols, supo que estaba entrando en un mundo al que no pertenecía, pero que la fascinaba.
Victoria y Robert Keene-Nichols parecían tenerlo todo: belleza, éxito, dinero y una presencia imponente que los convertía en una pareja inalcanzable. Pero Zara, con su mirada atenta y su instinto para leer entre líneas, pronto descubrió que su matrimonio estaba lejos de ser perfecto. No había gritos ni escándalos, pero sí discusiones calculadas, silencios tensos y reconciliaciones que nunca llegaban con palabras, sino con sexo.
Mientras cuidaba de Theo con devoción, Zara no podía evitar observar. Notaba los gestos fríos entre ellos, los pequeños juegos de poder, la manera en que Victoria desafiaba sutilmente los celos de su esposo y cómo Robert respondía con posesión disfrazada de control. Era un ciclo eterno de tensión, ruptura y deseo incontrolable.
Zara odiaba a Robert. Lo despreciaba con cada fibra de su ser. Pero lo que sentía por Victoria era diferente. Al principio, una simple admiración, una obsesión silenciosa por la manera en que dominaba su mundo sin perder la elegancia. Pero con el tiempo, esa fascinación creció en algo más oscuro, más profundo.
Zara quería a Victoria.
Y aunque aún no lo sabía, Victoria tarde o temprano se daría cuenta.