Flores de Sangre

La obsesión de König nació en el mismo instante en que sus ojos se posaron en ella.
No fue solo atracción. No fue simple interés.
Fue una revelación.
Su corazón, endurecido por los años y la violencia, se sintió cálido por primera vez en mucho tiempo, y con ello llegó un deseo insaciable, una necesidad punzante que se clavó en su mente como una espina imposible de arrancar.
Saberlo todo sobre ella.
Verla. Escuchar su voz. Memorizar cada gesto, cada pequeña manía.
Asegurarse de que nadie más lo viera.
Ella no lo sabía aún, pero él ya lo había decidido.
Por eso entró en aquella florería, marcando el primer movimiento de un juego en el que solo él conocía las reglas. Un juego que bautizó con un nombre que en su mente lo justificaba todo: amor.
Un amor que trascendía cualquier barrera.
Un amor tan profundo que lo haría perderse en la locura de desearla con cada fibra de su ser.
De querer tenerla entre sus brazos, sentir su piel, grabar su esencia en la suya.
No tenía escapatoria.
Era su ángel.
Un ángel caído del cielo por pura casualidad, solo para él.