Cuando nacen flores en la Antártida

La tarde lluviosa en la que el mundo de Oliver se derrumbó, Lía fue una espectadora de primera fila. Lo vio intentar recoger su ropa del lodo, y también vio el momento exacto donde golpeó al hombre que destruyó su vida. El recuerdo de Oliver con sus ojos rebosantes de tristeza y carentes de sentido por seguir viviendo se quedó prendado en su mente. No dejaba de pesar en él y soñar con aquella tarde. Y como si fuera una broma del destino, Lía lo volvió a ver. Oliver estaba ahí, sentado en una banca del parque, con sus pocas pertenencias reducidas a un montículo a su lado. Oliver no se movía, pasó la fría noche en la calle. Lía desde su ventana lo pudo ver llorando y suplicando por ayuda en una llamada. Pero nadie vino por él. La vida le estaba dando la espalda. Lía, cansada y afectada, decidió cruzar el parque y tenderle la mano: le ha ofrecido que viva con él. No sabe cómo y porqué terminó en la calle. Pero ahora sus vidas se han cruzado y crearon un nudo imposible de desatar. En medio de la lluvia y el caos una historia de amor está comenzando a florecer, aunque toda la sociedad grite que no es correcto que suceda.