Fátima era una joven normal, llevaba una vida sencilla, tranquila y ordenada. No tenía mucho qué contar ni daba de qué hablar. Solía sentir que algo le faltaba, clamaba por una emoción, quería sentirse diferente (como aquellas protagonistas de sus novelas preferidas). Quería enamorarse de los caballeros de sus historias, quería ser parte de una.
Una tarde, no muy parecida a las demás, de regreso a casa, ella se sintió observada. Un chico, que caminaba delante, volteaba muy a menudo a verla. ¿La estaba mirando a ella, cierto? Nota que lleva el uniforme de su colegio, de todos modos ella no conoce a nadie, prefirió no sentirse aludida, olvidarse de él y siguió caminando. Al llegar al paradero del bus, ambos estuvieron más cerca.
Fátima lo mira de reojo, ha notado que tiene un cabello de color negro que parece muy cuidado, tiene unos labios muy carnosos y tentativos. Tiene, también, unos ojos tan marrones como los suyos que se sienten transparentes cuando los ves de cerca. Por fin, logra apartar sus ojos de él sin poder olvidar que es, desesperadamente, atractivo.
Segundos después, siente que la están observando. Otra vez. Intenta ignorar los ojos de este extraño. ¿Por qué la miraría a ella? ¿Por qué a ella? ¿No es él demasiado para ella? Una muy tierna y amable voz interrumpe sus pensamientos. ‘Hola’, le dice él.
Desde ese día, esa tarde, ese minuto y ese segundo en que lo conoce, nada volverá a ser igual. Fátima se enamora, se siente la protagonista de otra de las difíciles, pero posibles relaciones amorosas. Ya no está sola, su caballero le da sentido a su historia. Manuel. Lo ha encontrado. Él es su galán, con quién soñó y ella lo ve como un ángel. Pero… ángeles los hay buenos y malos, ¿cierto?
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