Siempre creí que mi vida era normal, que todo en mí estaba bien. Pero esa ilusión se desmoronó el día que me encontré frente a aquel edificio blanco, imponente y silencioso: el hospital psiquiátrico de la ciudad. Aquel lugar parecía gritar locura desde sus paredes. Entrar ahí fue como caminar hacia una sentencia injusta.
No estoy loca... no pertenezco aquí,repetía una y otra vez mientras cruzaba esas puertas frías. Vaya ironía. Con el tiempo entendí que no estaba loca... solo estaba rota. Hundida en mi propia miseria, ahogándome en un pozo oscuro del que no sabía cómo salir. No veía sentido en "mejorar", no quería sanar algo que ni siquiera entendía.
Todo cambió cuando lo conocí a él.
Un chico en apariencia común, pero con una tormenta constante dentro: dos almas viviendo en un solo cuerpo. Una dualidad peligrosa... y fascinante. Por absurdo que suene, no fue de él de quien me enamoré, sino de su otra mitad. Su segunda personalidad tenía un fuego distinto, una oscuridad que extrañamente me hacía sentir viva. Mientras todos lo evitaban, yo quería entenderlo. Mientras él se perdía, yo deseaba seguirlo.