1 part Complete Durante años, Lando y Max fueron inseparables. Dentro y fuera de la pista, compartían algo más que la adrenalina de las carreras: una relación que nació entre risas, complicidades y secretos en los paddocks. Pero el ego de Max... ese maldito ego, siempre lo arruinaba todo.
Max no sabía cómo amar sin competir. Tenía que ganar en todo: en la pista, en las discusiones, incluso en el cariño. Lando, al principio, aguantaba. Siempre tan dulce, tan paciente. Pero hasta la ternura se cansa de los gritos, de los celos, de las palabras que cortan como cuchillas.
"Solo eres un niño mimado con una sonrisa bonita. Sin mí no serías nada", fue una de las últimas frases que Max le lanzó una noche en Mónaco. Lando, con los ojos brillantes pero secos, simplemente se fue. Y esta vez no volvió.
Meses pasaron, luego un año. Max seguía con su vida... o eso decía. Corría, ganaba, sonreía para las cámaras. Pero en el fondo, algo faltaba. No lo quería admitir. Hasta que lo vio.
Lando, en una cena benéfica en Londres, sonriendo de verdad. A su lado, un tipo alto, de barba prolija y lentes. No era piloto. No tenía idea de motores ni banderas amarillas. Era profesor de historia del arte en una universidad. Se llamaba Alex. Y hacía reír a Lando como Max nunca supo hacerlo.
La primera vez que Max los vio tomados de la mano, sintió una punzada. No era solo celos. Era pérdida. Era darse cuenta que lo que una vez fue suyo, ya no le pertenecía. Y lo peor: Lando no lo miraba con rencor. Lo miraba como se mira a un recuerdo... uno que ya no duele.
Intentó acercarse.
-Lando... podemos hablar? -le dijo en un evento, con la voz más suave que jamás había usado.
Lando le sonrió, educado, distante.
-Claro, Max. ¿Qué necesitas?
Ese "¿Qué necesitas?" lo mató. Ya no había amor, ni dolor, ni siquiera rabia. Solo cortesía.
Y Max se quedó ahí, viendo cómo Lando se alejaba, tomado de la mano de alguien que no necesitaba saber de Fórmula 1 para amarlo bien.