
Los humanos somos seres finitos. En esta vida breve, somos fugaces, como el eco que se pierde en los paisajes o el suspiro que se escapa entre los ritos. Como las hojas del otoño, nos caemos, uno a uno, al compás de los vientos. Y así, sin prisa pero sin alientos, la vida, como flor marchita, nos vamos. Nada en nosotros se queda inmóvil: todo nace, florece... y se desvanece. Y en ese lento morir, algo crece- quizá el alma, lo único imperecedero.All Rights Reserved