Hay personas que llegan a tu vida como ráfagas de viento cálido.
Que iluminan los días grises sin siquiera intentarlo.
Que caminan a tu lado y, sin saberlo, te enseñan a soñar más alto de lo que jamás te habías permitido.
Para mí, ese alguien siempre fue Jiyong.
Desde aquella primera vez en YG, cuando los pasillos parecían devorarme y yo era apenas una aprendiz temblorosa, él estuvo ahí. Con una sonrisa fácil, con bromas tontas, con esa forma de ser que hacía que todo pareciera menos aterrador.
Éramos un equipo.
Éramos inquebrantables.
Éramos... nosotros.
Los años pasaron, y el mundo entero aprendió a amarlo como yo lo había hecho desde siempre: con devoción, con orgullo, con ternura infinita.
Pero entre nosotros, nada cambió. No importaba cuántas luces lo persiguieran en el escenario, cuántas cámaras capturaran nuestros momentos juntos; cuando éramos "___ y Jiyong", todo seguía siendo nuestro pequeño universo privado.
Hasta aquella noche.
Hasta ese beso robado, torpe y dulce, que rompió el hechizo.
Hasta que todo cambió.
Ahora, mientras me preparo para volver, con cicatrices que apenas he aprendido a esconder, sé que las cosas ya no serán como antes.
Sé que quizás nunca podamos volver a ser los mismos.
Pero también sé que algunas conexiones son demasiado profundas para romperse del todo.
Quizás, solo quizás...
todavía quede algo de "nosotros" esperando ser encontrado otra vez.