6 parts Ongoing Atrapado en un grupo de "amigos" donde el aislamiento eran parte de la rutina, donde las bromas dolían más de lo que hacían reír, y donde las críticas se disfrazaban de consejos "bien intencionados", Ethan aprendió a silenciarse. A bajar la cabeza, a no incomodar, a encajar como fuera. Con el tiempo, se convenció de que eso era lo normal. Que así funcionaban las relaciones. Que pertenecer tenía un precio, y ese precio era volverse más pequeño.
Aceptó las reglas del juego: aguantar, fingir, no sentirse tanto. Y por mucho tiempo, lo hizo sin cuestionarlo. Hasta que algo -una casualidad, un error de camino o tal vez una necesidad más profunda de escapar- lo llevó a cruzarse con un grupo diferente. Personas que no hablaban a gritos ni medían su valor en base a las apariencias. Personas que no se burlaban de su forma de quedarse callado, ni lo empujaban a ser alguien que no era.
Al principio, Ethan no supo qué hacer con esa calma. La desconfianza fue inevitable. ¿Cómo creer que algo tan simple como el respeto podía ser real? ¿Cómo no esperar el golpe escondido detrás de cada sonrisa? Pero con el tiempo, entre miradas limpias y palabras honestas, empezó a sentir algo que había olvidado: tranquilidad. Y poco a poco, esa tranquilidad se transformó en confianza, y la confianza en una pregunta inevitable: ¿Quién soy yo cuando nadie me está juzgando?
Lo que sigue es un proceso tan doloroso como necesario. Reconocer los vínculos que lo dañaron, ver con otros ojos las dinámicas que antes justificaba, y atreverse a soltar lo que tanto tiempo sostuvo, aunque no le hiciera bien. Porque crecer duele, pero también libera. Y a veces, basta con que una sola persona te vea de verdad para que empieces a verte tú también.