A veces, sin buscarlo, dos personas se encuentran... y el mundo parece cambiar de color.
No se trataba de amor a primera vista, ni de odio disfrazado de pasión.
Era otra cosa.
Una energía que vibraba en el aire cada vez que se miraban.
Geum Seong-jae era caos.
No de ese que destruye sin razón, sino el tipo de caos que rompe el silencio, que incomoda, que hace que todos lo noten aunque no diga una palabra.
Sarcástico, impulsivo, siempre con una sonrisa que no sabías si era burla o advertencia.
Jang Hie-jin era fuego contenido.
Orgullosa, fuerte, lista para responder con la misma intensidad que recibía.
Su manera de hablar era una mezcla de desafío y humor, como si no le debiera nada al mundo.
Cuando sus caminos se cruzaron, el aire se volvió más denso.
No porque se odiaran.
Ni porque se amaran.
Sino porque se entendieron. Como si ambos reconocieran algo en el otro que no sabían que necesitaban.
No hablaban de sentimientos.
Solo se medían con miradas, se empujaban con palabras, se atraían sin admitirlo.
No era obsesión, era curiosidad.
No era dependencia, era una conexión que se encendía sola, sin permiso.
Las luces rojas no eran un peligro.
Eran un símbolo.
De que algo intenso estaba empezando.
Y ninguno de los dos pensaba detenerlo.
En un mundo donde el poder es medido en chakra y la fuerza es todo, un alma de nuestro mundo renace en el cuerpo de un joven Uzumaki. Sin embargo, este no es un renacimiento común. Equipado con un sistema único que le otorga las habilidades y la fuerza imparable de Kaido de las Bestias, el nuevo Uzumaki se encuentra en una encrucijada.
¿Abrazará el caos y el poder destructivo de un Yonkou para dominar el mundo shinobi? ¿O utilizará su fuerza colosal para proteger a su nueva familia y amigos en un mundo lleno de guerra y traición? Acompaña a nuestro protagonista mientras navega por los desafíos de un mundo shinobi, desatando el poder del Dragón Celestial y reescribiendo la historia de la Aldea de la Hoja. Con cada golpe y cada transformación, su rugido resonará en todo el mundo, demostrando que un verdadero rey no necesita trono para gobernar.