13 parts Ongoing MatureYo, el Cuervo, he visto coronas caer y reinos arder.
Sé cuándo una reina es de hierro... y cuándo es solo pintura sobre madera podrida.
La llaman la reina blanca.
Yo la llamo mentira.
Su corona brilla, sí, pero solo porque alguien la pule por ella.
No comanda ejércitos, no mueve piezas, no decide nada.
Es un adorno, un suspiro obediente que solo sabe inclinar la cabeza.
Una reina de papel: sin el soplo del rey que la sostiene, se deshace.
Vi cómo él jugó su partida.
Movió primero.
Con la paciencia de un depredador y la dulzura hipócrita de quien sabe esperar.
Engatusó a la reina negra con gestos medidos, con veneno disfrazado de caricia.
Fue lento... jodidamente lento.
Y cuando creyó que todo estaba bajo su control, colocó a su muñeca blanca en el centro del tablero, como trofeo y amenaza silenciosa.
Pero lo que él no entiende es que no hay amenaza en algo que no sabe luchar.
Porque la verdadera reina... sangra, se quiebra y se recompone.
Yo he visto a la reina negra sostener su corona aunque le partieran la frente, reconstruirse ladrillo a ladrillo, pieza a pieza.
No retrocede, no cede.
Cada cicatriz que carga es una declaración de guerra.
Él cree que la calma que la muñeca blanca le ofrece es suficiente para apagar el incendio.
No sabe que el fuego no se apaga... se propaga.
La reina negra no vino a rendirse.
Vino a quemar su tablero.
A derrumbar al rey, a quebrar la corona de la impostora frente a todos.
Y cuando arda, no habrá cenizas para esconder lo que quede de ellos.
Yo, el Cuervo, lo he visto antes:
los reyes se confunden, las reinas verdaderas esperan... y las de papel siempre caen.
La pregunta es...
¿él descubrirá quién mueve realmente las piezas antes de que sea demasiado tarde?