Los dioses en algún pasado fueron humanos como cualquier otro, es decir se dejaron influenciar por sus emociones, tenían familias, se enamoraban, aprendían y se equivocaban. Lo típico ¿verdad? Los seres humanos tendemos a tener tales características y a no ser perfectos.
Los dioses, pese a todo el poder y creyentes que tengan, siguen manteniendo su escencia humana. Podrán ser eternos, vivir miles de años, una resistencia al dolor increíble, pero siguen teniendo emociones. Se dejan llevar por estas y eso, en algunos casos, puede ocasionar que se equivoquen. En los casos más extremos, puede llevar a que pierdan la razón. Ser eterno, tiene su precio, tarde o temprano aquellos a los que conocías y querías, fallecen, porque no fueron bendecidos con la eternidad como los dioses. Es en esas situaciones donde surgen las historias interesantes, las leyendas que nos cuentan desde pequeños, donde los dioses son seducidos por las emociones mortales, cometen errores, pero siempre al final arreglan todo. Todo vuelve a la normalidad como si nada hubiera pasado, emendan sus errores y comienzan una nueva historia.
Son hermosas esas leyendas y cuentos porque son ficción y porque tienen un final feliz ¿pero qué pasaría si se hacen realidad y con un final triste? ¿Qué pasaría si un dios mata a alguien y luego no lo puede revivir por arte de magia? ¿Qué pasaría si un dios perdiera la razón y ya no hubiera vuelta a atrás?
Suena aterrador ¿verdad?
Lo es, ya ha sucedido...
Han poblado la tierra desde los albores de la humanidad.
En otros tiempos los llamaban ángeles, pero no son ángeles, más bien son... el demonio, la esencia del mal. Son la energía negativa del universo.
Pero en realidad no son ni lo uno ni lo otro. Son errantes condenados a deambular por tiempo y espacio, que tratan de hacer del planeta tierra su refugio.
El mal conoce bien los secretos ocultos en un alma y grande es su maestría de manipulación, tergiversa las cosas, utiliza medias verdades, a veces transforma verdad en mentira o hace parecer la mentira verdad. Eso lo hace tan peligroso, arrastra a las personas consigo sin que se den cuenta siquiera.
Persigue su objetivo sin contemplaciones, esgrimiendo promesas de una simbiosis perfecta entre organismo y energía, cuerpo y alma.
Pero no existe el equilibrio total. La materia es un continuo fluir de fuerzas interactivas, energías cambiantes, sólo hay transformación.
Así como no puede pararse el curso de las estrellas, tampoco puede cambiarse que cada principio avance hasta su fin. Aunque no hay final, sino transformación...
Quizá a la humanidad le haya llegado la hora de transformarse.
Pero a menudo las cosas no son lo que parecen.